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15 de abril de 2025 a las 12:45
Despierta tu mente: El libro radiactivo
Sumérjanse conmigo en el delicioso universo de los postres literarios. No hablo de recetas azucaradas, sino del placer inigualable que se encuentra al devorar las páginas de un buen libro. Al igual que un tiramisú exquisito o unas crepas de cajeta que nos hacen agua la boca, la literatura nos regala experiencias sensoriales que nos transportan a otros mundos, nos conmueven y nos transforman. No se trata de una obligación, sino de una búsqueda hedonista de la belleza, de la estética, del puro disfrute.
Mi padre, desde mi infancia, me inculcó el amor por las historias. Para mí, libros como "La vuelta al mundo en ochenta días", "Mujercitas" y "Las aventuras de Sherlock Holmes" eran portales mágicos a la aventura y la imaginación. Llevaba universos enteros en mi mochila, mundos que exploraba con la avidez de una niña curiosa. Más tarde, en la adolescencia, Horacio Quiroga y Edgar Allan Poe se convirtieron en mis compañeros de viaje, guiándome por atmósferas inquietantes en las que, extrañamente, me sentía como en casa.
Esta pasión por la lectura ha perdurado a lo largo de los años, ampliando mi círculo de "amistades literarias". Como bien dice Mónica Lavín en "Leo, luego escribo", somos "seres hedonistas —gozadores de páginas—" que contagiamos nuestra pasión por los libros a través de la experiencia personal. No se trata de imponer, sino de compartir el gozo, el deleite que encontramos en esas páginas. La lectura se propaga como un virus delicioso, un "oscuro objeto del deseo" que se transmite de boca en boca, de corazón a corazón.
Olvídense de los regaños y las imposiciones. La lectura no se fomenta con obligaciones, sino con el entusiasmo contagioso de quien ha disfrutado de una buena novela, como "Cómo se hace una chica" de Caitlin Moran. O de quien ha encontrado resonancia a sus propias inquietudes en los versos de Anna Ajmátova, conectando con sus miedos, sus intuiciones y su caos interior. Como dijo C.S. Lewis, "leemos para saber que no estamos solos". Y es que la literatura, en su inmensa generosidad, nos ofrece compañía en esos momentos de soledad no elegida, esa soledad que cala hondo en cualquier etapa de la vida.
Rosario Castellanos, la gran escritora mexicana, experimentó en su infancia la dolorosa sensación de ser invisible, de estar de más. Tras la muerte de su hermano menor, sus padres, inconscientemente, le hicieron sentir que preferían que hubiera sido ella la que hubiese fallecido. A lo largo de su vida, encontró en la literatura un refugio, un espacio donde afirmar su individualidad y encontrar su voz.
En mi caso, la infancia tampoco fue un camino de rosas. Sin embargo, encontré en los libros un oasis, un mundo sensorial que me nutría y me permitía explorar mi propio mundo interior. Las palabras escritas me han acompañado en los momentos de alegría y en los de tristeza, como un abrazo interno que nadie puede arrebatarme. En 2020, en medio del dolor por la pérdida de mi madre, las palabras de Eduardo Casar, "acuérdate de todo lo que has leído", fueron un bálsamo para mi alma.
Un libro, además de ser un compañero fiel, puede ser un agente cicatrizante, permitiéndonos mirar con perspectiva las zonas oscuras de nuestra historia personal. Frente a las páginas de un libro, bajamos la guardia y nos abrimos a la posibilidad de conectar con el otro, ya sea un personaje de ficción o una figura de la vida real. Ese encuentro, ese cobijo, puede devolvernos la humanidad cuando la hemos olvidado.
En Colombia, una profesora compartió la magia de la lectura con jóvenes exguerrilleros, marcados por experiencias traumáticas como la violencia, la tortura y la pérdida de sus seres queridos. A pesar del dolor, muchos de ellos encontraron consuelo y esperanza en las historias que escuchaban. Como dice Beatriz Helena Robledo, "para aquellos que han sido despojados de sus derechos fundamentales o de sus mínimas condiciones humanas, un libro es quizás la única puerta que les permite atravesar el umbral y saltar al otro lado".
Leer y escribir son actos creativos de supervivencia. Rosario Castellanos, cuyo centenario celebramos en 2025, escribió: "Escribo porque yo, un día, adolescente, / me incliné ante un espejo y no había nadie. / ¿Se da cuenta? El vacío. Y junto a mí los otros / chorreaban importancia". Muchos nos hemos sentido así, vacíos, invisibles. La literatura nos da la oportunidad de llenar ese vacío, de encontrar nuestro reflejo en las historias de otros.
Para celebrar a esta excepcional pensadora y el Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor, el 23 de abril se inaugura en el Colegio de San Ildefonso la exposición "Un cielo sin fronteras. Rosario Castellanos: archivo inédito". La muestra incluye fotografías, manuscritos, objetos personales y grabaciones de voz que nos acercan a la vida y obra de esta autora fundamental. Castellanos, una mujer que se construyó a sí misma y que defendió los derechos de las mujeres y los pueblos originarios, exploró todos los géneros literarios, dejándonos un legado invaluable. Como ella misma dijo, "mi placer principal es leer".
Tanto como lectora como escritora, Castellanos comprendió el poder transformador de la literatura, esa fuerza radiactiva que se esconde entre las páginas de un libro, esperando a ser descubierta.
Fuente: El Heraldo de México