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16 de abril de 2025 a las 02:10

Descubre el origen de la Pasión en Iztapalapa

La Semana Santa en Iztapalapa es mucho más que una simple representación; es una tradición viva, un latido en el corazón de México que resuena con la fuerza de la fe y la historia. Dos millones de almas se congregan cada año, no solo para presenciar un espectáculo, sino para participar en un acto colectivo de devoción que se remonta a casi dos siglos atrás. Imaginen la escena: el polvo se levanta bajo las sandalias de los romanos, el olor a incienso se mezcla con el sudor de la multitud, y un silencio expectante precede al grito desgarrador que anuncia la llegada del Nazareno.

Pero, ¿qué hay detrás de esta impresionante manifestación de fe? La historia nos revela un origen marcado por la tragedia y la esperanza. En 1833, la sombra de la muerte se cernió sobre Iztapalapa. El cólera morbus, un enemigo invisible e implacable, diezmaba a la población. La desesperación impulsó a los habitantes a buscar consuelo en la fe, a implorar la intervención divina. Su plegaria, dirigida al Señor de la Cuevita, resonó en las faldas del Cerro de la Estrella. A cambio de la salud, prometieron una peregrinación anual, una ofrenda de gratitud al santo patrono. Y, como un milagro, la epidemia cesó.

De esa promesa nació una tradición que ha evolucionado a lo largo del tiempo. En sus inicios, era una humilde procesión, un río de velas y flores que serpenteaba hacia el santuario. La devoción se manifestaba en cada paso, en cada rezo susurrado. Décadas después, en 1866, la pluma de Enrique Pérez Escrich y su novela "El Mártir del Gólgota" insuflaron un nuevo aliento a la conmemoración. La procesión se transformó en una representación teatral, dando vida a los personajes bíblicos y dotando de dramatismo al relato de la Pasión de Cristo.

Desde entonces, la tradición se ha mantenido viva, transmitiéndose de generación en generación. Los habitantes de Iztapalapa, herederos de esta promesa ancestral, asumen con orgullo y responsabilidad la tarea de representar los últimos días de Jesús. Más de 500 actores, no profesionales, sino vecinos, amigos, familias enteras, se entregan en cuerpo y alma a la representación. Caballos, vestuario, escenarios; todo se prepara con meticulosidad y respeto, convirtiendo las calles de Iztapalapa en un escenario viviente de la Jerusalén de hace dos mil años.

La Marcha Dragona, un himno militar incorporado a principios del siglo XX, añade una dimensión sonora única al paso de las tropas romanas, creando una atmósfera que oscila entre la solemnidad y el dramatismo. Incluso la pandemia, que obligó a modificar el trazado y la conmemoración en 2020 y 2021, no pudo silenciar la fuerza de esta tradición. El fervor de los iztapalapenses encontró la manera de manifestarse, adaptándose a las circunstancias, pero sin renunciar a su promesa.

El reconocimiento del Vaticano, que la considera una de las mayores manifestaciones de fe del planeta, es un testimonio del impacto y la trascendencia de la Semana Santa en Iztapalapa. No se trata solo de una representación religiosa, sino de una expresión cultural profundamente arraigada en la identidad mexicana, un crisol donde se funden la fe, la historia, la tradición y la comunidad. Un evento que invita a la reflexión, a la empatía, y a la conexión con una historia que, a pesar del paso de los siglos, sigue conmoviendo y transformando a quienes la viven.

Fuente: El Heraldo de México