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14 de abril de 2025 a las 09:20

Latinoamérica: ¿Un Fénix en Ascenso?

Adentrémonos en el corazón de América Latina, donde la Semana Santa trasciende la mera liturgia católica. Se convierte en un crisol cultural, un lienzo donde se entretejen los hilos vibrantes de la tradición popular con los matices ancestrales de lenguajes prehispánicos y mestizos. Esta fusión da vida a una narrativa única de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, una historia que resuena con la propia historia de nuestros pueblos.

Si bien en las urbes la Semana Santa puede parecer diluirse entre el ruido y la prisa de la vida moderna, en las comunidades rurales, alejadas del bullicio citadino, la experiencia adquiere una profundidad singular. Allí, durante los días santos, se abre un portal a un universo paralelo, donde la fe cristiana se entrelaza con las raíces más profundas de nuestra identidad.

La Pasión de Cristo, desde hace cinco siglos, ha sido un espejo del sufrimiento del pueblo latinoamericano. No se trata de un mero espectáculo teatral, sino de una vivencia íntima que conecta con el dolor propio, con la memoria colectiva, con la historia que nos define y nos impulsa hacia el futuro. En las comunidades indígenas y marginadas, la Semana Santa se convierte en un espacio de reencuentro con las heridas, con los recuerdos, con la historia cercana y lejana que nos explica y nos proyecta.

Es innegable que América Latina atraviesa tiempos de crucifixión. La pobreza y la desigualdad, lacerantes heridas que nos acompañan desde siempre, se agudizan con las crisis recientes: la pandemia, los neopopulismos –sin importar su signo–, la brutalidad del crimen organizado y una economía global que se repliega sobre sí misma con tintes proteccionistas.

Los rostros de los migrantes, de las comunidades indígenas marginadas y despreciadas, de las madres que buscan incansablemente a sus hijos desaparecidos, de los trabajadores explotados, de los empresarios amedrentados, de los ciudadanos reprimidos que anhelan democracia, justicia y libertad… todos ellos conforman un clamor constante que, lamentablemente, suele ser ignorado, despreciado y olvidado por el poder y sus cómplices.

Sin embargo, incluso en este panorama desolador, los signos de esperanza y resurrección se abren paso con tenacidad. Cada gesto de humanidad, de fraternidad, de misericordia, de justicia, por pequeño que sea, por humilde que sea su autor, abre una rendija a la esperanza y nos recuerda que el mal no tiene la última palabra. La resurrección se manifiesta en cada lucha emprendida desde la bondad, desde la compasión por el sufrimiento del prójimo, de nuestro pueblo.

La figura de San Oscar Arnulfo Romero, siempre presente, siempre significativa, ilumina nuestro camino con su profetismo: "El Espíritu que resucitó a Cristo nos ha dado en ese Cristo resucitado el modelo de la Historia". Sus palabras nos recuerdan que la historia debe encaminarse hacia la construcción de un mundo donde, después de cargar con nuestras cruces, podamos resucitar a la libertad, una libertad que debemos saborear ya en esta tierra. Romero nos invita a reconocer que Cristo resucitado no es un personaje del pasado, sino una fuerza viva en la historia presente, fuente de libertad y dignidad humana.

La Cuaresma y la Pascua, nos dice Romero, son nuestras. Son de cada pueblo. Son un tiempo para prepararnos para la resurrección, para renovar nuestra esperanza, para comprometernos con la construcción de un mundo más justo y fraterno.

Que la certeza de la Resurrección de Jesucristo, en medio de las dificultades y limitaciones que enfrenta el pueblo latinoamericano, nos infunda la esperanza necesaria para continuar caminando. Que nos inspire a ser agentes de cambio, a sembrar semillas de justicia y amor en la tierra árida de la injusticia. Que nos impulse a levantar nuestras voces y a unir nuestras manos para construir un futuro digno para todos.

Fuente: El Heraldo de México