
14 de abril de 2025 a las 09:30
El trabajo invisible: la carga femenina
La conversación con mi hija de once años me hizo reflexionar. "Papá es el único que va a la clase de baile por su hija", me dijo con simpleza. Su comentario, lejos de ser una queja, resonaba con una satisfacción genuina. Ver a su padre involucrarse activamente en su vida, compartir ese espacio que antes era predominantemente materno, había creado una conexión especial, un nuevo universo de complicidades y conversaciones exclusivas entre padre e hija. Este pequeño cambio en la dinámica familiar, este reacomodo de roles aparentemente insignificante, había tenido un impacto profundo en la autoestima de mi hija y en su desarrollo emocional.
Este episodio me llevó a cuestionar la rigidez de los roles tradicionales de género que, durante décadas, han permeado la estructura familiar. Hemos heredado un modelo donde la mujer, casi por inercia, asume la responsabilidad del hogar y el cuidado de los hijos, mientras que el hombre se centra en la provisión económica. Si bien es cierto que cada vez más mujeres se incorporan al mundo laboral, compartiendo la carga financiera, la responsabilidad del trabajo no remunerado, ese trabajo invisible que sostiene el hogar, sigue recayendo mayoritariamente sobre ellas.
Las cifras del INEGI son contundentes: el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado representa un porcentaje significativo del PIB, y las mujeres aportan la mayor parte de este trabajo, tanto en valor económico como en horas invertidas. Esta realidad, muchas veces ignorada, implica una doble jornada para muchas mujeres, que además de su trabajo remunerado, asumen la mayor parte de las tareas del hogar y el cuidado de la familia. Esto se traduce en una sobrecarga física y emocional, un agotamiento constante y una mayor carga mental.
Imaginen la situación: una mujer en una importante reunión de negocios, negociando contratos millonarios, y al mismo tiempo preocupada por la logística de la recogida de su hija del colegio, coordinando con la abuela, la amiga o la tía, con la angustia y el estrés que esto genera. Esta multiplicidad de roles, esta constante división de la atención, genera un desgaste que a menudo se pasa por alto.
Es imperativo replantear la distribución de tareas y responsabilidades en el hogar, no como un favor del hombre hacia la mujer, sino como un acto de corresponsabilidad, de justicia y de beneficio para toda la familia. Compartir las tareas del hogar no solo alivia la carga de la mujer, sino que fortalece los vínculos familiares, fomenta la autoestima de todos los miembros y permite a los padres construir relaciones más sólidas con sus hijos.
Los niños tienen derecho a disfrutar de la presencia y la participación activa de ambos padres en su crianza. La corresponsabilidad no se trata solo de dividir tareas, se trata de cambiar la mentalidad, de romper con los estereotipos de género que perpetúan la desigualdad. Es una inversión en el bienestar de la familia, en la formación de personas más felices, más colaborativas y más equitativas. Además, permite a las mujeres desarrollar plenamente su potencial profesional, competir en igualdad de condiciones y contribuir de manera más plena a la sociedad. La redistribución de roles en el hogar no es una concesión, es una necesidad, un paso fundamental hacia una sociedad más justa e igualitaria.
Fuente: El Heraldo de México