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14 de abril de 2025 a las 09:10

El poder silenciado

La erosión silenciosa de las democracias, un fenómeno que se extiende como una sombra sobre el mundo, se manifiesta con sutileza, casi imperceptible para el ojo desprevenido. Levitsky y Ziblat, con la precisión de cirujanos, diseccionan este proceso en su obra "La dictadura de la minoría", revelando las tácticas empleadas por líderes autoritarios para desmantelar las instituciones democráticas desde adentro, amparados en la legitimidad que les otorgan las urnas. Nos alertan sobre la normalización gradual de medidas que, aunque aparentemente inocuas en su individualidad, conforman un patrón sistemático de debilitamiento del sistema.

Es un proceso insidioso, camuflado bajo el manto de la legalidad, que adormece la conciencia ciudadana. Las voces críticas, ahogadas en un mar de descalificaciones, son etiquetadas como alarmistas o partidistas, mientras la maquinaria del autoritarismo avanza inexorablemente, ganando terreno palmo a palmo. Se construye una narrativa en la que la voluntad de la mayoría se erige como justificación suprema, ignorando los principios fundamentales que sustentan la democracia: el respeto a las minorías, la protección de los derechos individuales y la limitación del poder.

México, lamentablemente, no es ajeno a esta realidad. Asistimos a la demolición sistemática de las instituciones contramayoritarias, esos baluartes esenciales que protegen las libertades y garantizan el equilibrio de poderes. La Suprema Corte, el Tribunal Electoral, la Comisión de Derechos Humanos, los organismos de transparencia, todos ellos debilitados, sometidos a la presión del poder. Se nos presenta una falsa dicotomía: la voluntad popular versus las instituciones, cuando en realidad son complementarias e indispensables para el funcionamiento de una democracia sana.

La libertad no es un bien sujeto a la volatilidad del voto popular. No se negocia ni se somete a plebiscito. Es un derecho inalienable, un pilar fundamental que debe ser protegido con firmeza, independientemente de las fluctuaciones políticas. La tiranía de la mayoría, ese peligro latente en toda democracia, se convierte en una amenaza real cuando las instituciones que la contienen son desmanteladas. Sin contrapesos, sin mecanismos de control, el poder se concentra y la democracia se desdibuja, transformándose en una caricatura de sí misma.

El escenario que pintan Levitsky y Ziblat es sombrío, pero no es una sentencia definitiva. La toma de conciencia, la movilización ciudadana, la defensa férrea de las instituciones y la exigencia de rendición de cuentas son las herramientas con las que podemos contrarrestar esta deriva autoritaria. El futuro de la democracia, en México y en el mundo, depende de nuestra capacidad para reconocer las señales de alarma, para resistir la tentación del conformismo y para alzar la voz en defensa de las libertades que tanto nos ha costado conquistar. El silencio, la apatía y la normalización de los abusos son los cómplices silenciosos del autoritarismo. Es hora de despertar.

Es crucial entender que la defensa de la democracia no es una tarea exclusiva de políticos o activistas. Es una responsabilidad compartida, un compromiso ciudadano que exige vigilancia constante y participación activa. Informarnos, cuestionar, debatir, exigir transparencia y rendición de cuentas son acciones fundamentales para preservar el sistema democrático. No podemos permitir que la erosión silenciosa continúe su avance. El futuro de nuestras libertades está en juego.

Fuente: El Heraldo de México