
14 de abril de 2025 a las 09:30
Desata el Poder de tus Valores
La idea de que los valores se han perdido es, paradójicamente, un valor en sí mismo. Es una creencia, un principio que rige la perspectiva de quienes la afirman. Pensar que la juventud carece de valores, que los niños no los conocen o que ya no se enseñan, es una afirmación cargada de significado, una postura que, aunque negativa, moldea la percepción de la realidad. Es una lente a través de la cual se interpreta el mundo, un filtro que colorea las interacciones y juicios.
Pero, ¿es realmente así? ¿Vivimos en una sociedad desprovista de valores? La respuesta, como casi siempre, es compleja y matizada. Los valores no son entes estáticos, inmutables. Evolucionan, se transforman, se adaptan al contexto social y cultural. Lo que ayer se consideraba un valor fundamental, hoy puede ser cuestionado, revisado, incluso rechazado. Y viceversa. Nuevos valores emergen, impulsados por las cambiantes necesidades y realidades de la sociedad.
Es cierto que el ritmo acelerado de la vida moderna, la influencia de la tecnología y la globalización han generado un cambio en la jerarquía de valores. Lo que antes se priorizaba, como la tradición, la obediencia ciega o la uniformidad, ahora puede compartir espacio con otros valores como la individualidad, la creatividad o la diversidad. Esto no significa que los valores tradicionales hayan desaparecido, sino que coexisten, a veces en tensión, con nuevas formas de entender el mundo.
La queja de que "ya no se enseñan valores" suele ir acompañada de una nostalgia por un pasado idealizado, donde la familia y la escuela eran los pilares indiscutibles de la formación moral. Sin embargo, la transmisión de valores no es una tarea exclusiva de estas instituciones. Los valores se aprenden, se viven, se respiran en cada interacción social, en cada decisión que tomamos, en cada palabra que pronunciamos. Están presentes en la calle, en el trabajo, en las redes sociales, en la cultura que consumimos.
La responsabilidad de cultivar valores, por lo tanto, es compartida. Cada individuo, con sus acciones y decisiones, contribuye a la construcción de un entramado ético. Pretender que la escuela o la familia asuman la totalidad de esta responsabilidad es una forma de eludir nuestro propio compromiso. Es cómodo delegar, pero es también una renuncia a nuestro poder de influir positivamente en el mundo.
En lugar de lamentarnos por la supuesta pérdida de valores, deberíamos enfocarnos en promover aquellos que consideramos esenciales para una sociedad justa y equitativa. La honestidad, el respeto, la empatía, la solidaridad, la responsabilidad… Estos valores, aunque a veces parezcan eclipsados por el ruido mediático y la vorágine del día a día, siguen siendo la base de una convivencia pacífica y constructiva.
Observar nuestro propio comportamiento, analizar nuestras palabras y acciones, es el primer paso para ser conscientes de los valores que realmente estamos transmitiendo. ¿Reflejan nuestras acciones aquello en lo que creemos? ¿Estamos siendo coherentes con nuestros principios? Estas preguntas, aunque incómodas, son fundamentales para construir una sociedad más justa y humana. No se trata de buscar culpables, sino de asumir la responsabilidad que nos corresponde en la construcción de un mundo mejor. Un mundo donde los valores no sean una reliquia del pasado, sino una fuerza viva que impulse el progreso y la convivencia.
Fuente: El Heraldo de México