
13 de abril de 2025 a las 09:05
Domina el tiempo, domina el poder.
La historia nos susurra al oído las lecciones aprendidas a un alto costo. Desde los albores de la civilización, la concentración del poder en manos de unos pocos ha demostrado ser una receta para el desastre, un camino pavimentado con arbitrariedades y abusos. La monarquía, con su aura divina y su linaje "elegido", sucumbió ante el peso de su propia omnipotencia. El absolutismo, la cúspide de este desequilibrio, transformó a los reinos en feudos personales, donde la dignidad de los súbditos era moneda de cambio para los caprichos del monarca. Las aprehensiones sin fundamento, el despojo de bienes, el infame "derecho de pernada", son solo algunos ejemplos de la degradación que acompaña al poder sin límites.
Ante esta opresión, la respuesta resonó con la fuerza de la razón y la justicia: la limitación del poder. El concepto de soberanía migró de la figura individual del rey a la entidad colectiva del pueblo. La Revolución Francesa, con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad, iluminó el camino hacia un nuevo orden. Al otro lado del Atlántico, los padres fundadores de los Estados Unidos, inspirados por la lucha francesa, abrazaron la República y la figura del Presidente, un cargo temporal, sujeto a la voluntad popular y al imperio de la ley. La reelección, concebida como un mecanismo de continuidad y estabilidad, fue acotada, primero por tradición y luego por enmienda constitucional, para prevenir la perpetuación en el poder.
México, en su búsqueda por la identidad y la estabilidad política, siguió la estela del modelo presidencialista, aunque con un trayecto turbulento, marcado por vaivenes ideológicos y constitucionales. La reelección presidencial, fantasma de la dictadura porfiriana, se convirtió en una de las chispas que encendieron la Revolución de 1910. Madero, con su lema “Sufragio efectivo, no reelección”, encarnó la esperanza de un cambio, aunque su mandato fue efímero. La ambición de Obregón resucitó el espectro de la reelección, solo para ser silenciado por el trágico eco de su asesinato.
A lo largo del siglo XX, México experimentó con la duración del mandato presidencial, extendiéndolo a seis años, una medida que buscaba equilibrar la necesidad de continuidad con la prevención de la concentración excesiva de poder. La reelección legislativa, inicialmente restringida, fue ampliada en años recientes, una decisión que ha generado debate y preocupación sobre el posible debilitamiento de los controles al poder.
La iniciativa de la presidenta Claudia Sheinbaum para limitar la reelección consecutiva y combatir el nepotismo electoral se presenta como un retorno a los principios fundamentales del constitucionalismo, un recordatorio de la importancia de las restricciones al poder para salvaguardar la democracia. Esta propuesta no es simplemente una modificación legal, sino un acto de reafirmación de los valores que sustentan un sistema político justo y equitativo. Es un llamado a la reflexión sobre la fragilidad de las instituciones y la constante necesidad de vigilancia para evitar que el poder, en cualquiera de sus formas, se convierta en un instrumento de opresión. La historia, con sus ejemplos de grandeza y decadencia, nos recuerda que la democracia es una construcción constante, un equilibrio delicado que exige la participación activa y responsable de todos los ciudadanos.
Fuente: El Heraldo de México