
13 de abril de 2025 a las 09:05
Dile NO a los narcocorridos
El reciente episodio en el Auditorio Telmex, donde un conocido líder criminal fue homenajeado en pleno concierto, ha reavivado el debate sobre la censura y los límites de la libertad de expresión, particularmente en lo que respecta a la llamada "narcocultura". La imagen del capo, glorificado a través de una canción de Los Alegres del Barranco, días después de la tragedia del Rancho Izaguirre –de la cual se le acusa a su organización–, es una bofetada a la memoria de las víctimas y una muestra descarada del poder que ejerce el narcotráfico en la esfera cultural. Ante esto, la tentación de la censura es comprensible, incluso para los más liberales.
Sin embargo, la prohibición tajante de los "narcocorridos" o las "narcoseries" plantea interrogantes complejas. ¿Dónde trazamos la línea entre la crónica del horror, la denuncia social y la apología del delito? Recordamos los intentos de censura a grupos como Los Tigres del Norte, cuyo talento innegable les ha permitido retratar con crudeza y precisión las miserias y virtudes de nuestra sociedad. Canciones como "Contrabando y Traición" (Camelia la Texana), narran la historia de criminales, sí, pero también exploran temas universales como el amor, la traición y la vida en la frontera. Su música, lejos de ser una oda al narco, se convierte en un reflejo de una realidad compleja y dolorosa. Censurarlos sería comparable a censurar a figuras emblemáticas como José Alfredo Jiménez, privándonos de un legado musical invaluable.
El problema radica en la amplia gama de grises que existe entre la genialidad de Los Tigres del Norte y la abierta glorificación del narcotráfico presente en el concierto del Auditorio Telmex. Muchas agrupaciones, a menudo de dudosa calidad musical, se mueven en esa ambigua frontera entre la crónica y la apología. Sus letras, en ocasiones, describen las atrocidades del narcotráfico con un detallismo que puede resultar perturbador, pero sin una clara condena moral, generando así una ambigüedad que alimenta la fascinación por el mundo criminal.
¿Quién, entonces, tiene la autoridad para decidir qué se censura y qué no? En un país donde la corrupción y la impunidad son moneda corriente, donde las líneas entre el poder político y el crimen organizado a menudo se difuminan, ¿es prudente otorgar a las autoridades la facultad de censurar expresiones artísticas? Recordemos que quienes nos gobiernan, legislan y administran justicia, a menudo están vinculados, directa o indirectamente, con el mismo fenómeno que pretenden censurar. ¿No sería esto como entregarle al zorro las llaves del gallinero?
La pregunta queda abierta. La censura, como herramienta para combatir la narcocultura, es un arma de doble filo. Si bien es necesario proteger a la sociedad de la glorificación del delito y la violencia, también es fundamental preservar la libertad de expresión y evitar que se utilice la censura como un instrumento de control político e ideológico. Encontrar el equilibrio entre estos dos imperativos es el desafío que enfrentamos. Un debate complejo y urgente que requiere de una reflexión profunda y honesta.
Fuente: El Heraldo de México