La madrugada del sábado 12 de abril de 2025, la tranquilidad de la colonia Polanco se vio abruptamente interrumpida por un trágico accidente. El asfalto del Periférico, a la altura de Horacio, se convirtió en el escenario de una escena desgarradora: dos cuerpos yacían inertes, víctimas de un fatal derrape en motocicleta. El silencio de la noche solo era roto por el ulular de las sirenas y el murmullo consternado de los testigos.

Una pareja, un hombre y una mujer cuyas identidades aún se están confirmando, perdieron la vida en el instante del impacto. La velocidad, ese fantasma invisible que acecha las calles, parece haber sido la protagonista de esta tragedia. Según relataron quienes presenciaron el accidente, la motocicleta circulaba a una velocidad excesiva, lo que habría provocado la pérdida de control del vehículo. La lateral del Periférico, en dirección a Legaria, se convirtió en su último recorrido.

El impacto fue brutal. Las imágenes que se dibujan en la mente son estremecedoras. Los cuerpos de las víctimas, tendidos sobre el frío asfalto, cubiertos por las mantas blancas que intentaban, inútilmente, devolverles la dignidad robada por la tragedia. Un silencio pesado se cernía sobre el lugar, un silencio cargado de dolor y preguntas sin respuesta.

La policía capitalina acordonó la zona rápidamente, estableciendo un perímetro de seguridad mientras se esperaba la llegada de los servicios periciales. Cada destello de las luces de las patrullas, cada clic de las cámaras fotográficas, parecía amplificar la tragedia. La noche se tiñó de un azul y rojo fúnebre, un recordatorio crudo de la fragilidad de la vida.

Entre los restos del accidente, un pequeño detalle: una licencia de conducir tipo A a nombre de Isaí Abraham. ¿Sería esta una de las víctimas? La pregunta flotaba en el aire, esperando ser respondida por las autoridades. La motocicleta, con placas de circulación 1G9PX, se convirtió en un mudo testigo de la tragedia, una pieza clave en la investigación que se inicia.

Este accidente nos recuerda, una vez más, la importancia de la prudencia al volante. La velocidad, aunque a veces parezca seductora, puede convertirse en una trampa mortal. En un instante, todo puede cambiar. La vida, tan preciada y frágil, puede esfumarse en un abrir y cerrar de ojos. Respetar las normas de tránsito no es solo una obligación, es un acto de responsabilidad con nosotros mismos y con los demás.

La investigación continúa. Las autoridades trabajan para esclarecer las circunstancias exactas del accidente y confirmar la identidad de las víctimas. Mientras tanto, la ciudad llora la pérdida de dos vidas, truncadas en una fría madrugada de sábado. Un recordatorio doloroso de que la velocidad mata, y que la prudencia al volante es el mejor salvavidas. En memoria de las víctimas, y como un llamado a la reflexión para todos, nos queda la tarea de construir una cultura vial más responsable, donde la vida sea siempre lo primero.