Logo
NOTICIAS
play VIDEOS

Inicio > Noticias > Comercio Internacional

11 de abril de 2025 a las 09:30

Globalización: ¿El principio del fin?

La Organización Mundial del Comercio (OMC) se encuentra en una situación crítica. Lejos de ser la enérgica entidad que alguna vez reguló el comercio global, la OMC se ha convertido en una sombra de lo que fue, debilitada por la falta de liderazgo y un sistema de resolución de disputas paralizado. La estocada final, asestada durante la administración Trump, la despojó de su capacidad de arbitraje, dejándola tan ineficaz como la ONU a la hora de prevenir conflictos armados. Su propósito original, garantizar un comercio internacional transparente, regido por normas claras y un mecanismo eficaz para resolver controversias, se desdibuja cada vez más.

Desde hace más de una década, las grietas en el sistema se han profundizado. El bloqueo al nombramiento de jueces en el Órgano de Apelación, impuesto por Estados Unidos bajo el primer mandato de Trump, paralizó la capacidad de la OMC para resolver disputas comerciales. Este acto marcó el inicio del desmantelamiento del orden comercial multilateral que la propia organización ayudó a construir, un orden que las potencias mundiales ahora parecen ignorar.

El ejemplo más claro de esta erosión es la guerra comercial entre Estados Unidos y China, un conflicto que se ha prolongado por más de cinco años. Iniciada con la imposición de aranceles estadounidenses a productos chinos por un valor superior a los 300 mil millones de dólares, bajo la justificación de prácticas comerciales desleales como el robo de propiedad intelectual y los subsidios estatales a empresas chinas, la guerra comercial ha escalado con represalias por parte de China. Actualmente, ambos países mantienen aranceles que superan el 100% en sectores clave como la tecnología, el acero y los componentes electrónicos. Si bien se vislumbra una posible tregua arancelaria entre los dos presidentes, la tensión subyacente persiste.

A pesar de la guerra comercial, el intercambio comercial entre Estados Unidos y China no ha cesado, aunque ha experimentado una transformación. China se mantiene como el tercer socio comercial de Estados Unidos, después de México y Canadá, incluso sin un tratado comercial formal. En 2023, el intercambio bilateral superó los 575 mil millones de dólares, aunque con una tendencia decreciente. La balanza comercial continúa desequilibrada: Estados Unidos importó de China bienes por más de 427 mil millones de dólares, mientras que exportó solo alrededor de 148 mil millones, resultando en un déficit superior a los 279 mil millones de dólares. La retórica política de desvinculación contrasta con la realidad económica de una interdependencia persistente.

La posibilidad de que Estados Unidos deje de consumir productos chinos a corto plazo es prácticamente nula, al menos no sin incurrir en costos significativos. La economía estadounidense está profundamente entrelazada con la manufactura china. Desde prendas de vestir hasta teléfonos móviles, medicamentos, componentes de automóviles, baterías y paneles solares, una gran parte del consumo en Estados Unidos proviene o depende de cadenas de suministro que pasan por China. La reindustrialización de Estados Unidos y la sustitución de productos chinos por alternativas "made in America" requieren una transformación industrial que no se logra con la simple imposición de aranceles, sino con inversión, innovación y tiempo.

Ante la guerra comercial, han surgido estrategias alternativas como el nearshoring y la diversificación de proveedores. México y Vietnam se han perfilado como los principales beneficiarios del éxodo industrial chino. Sin embargo, estos beneficios no están exentos de riesgos. Vietnam, por ejemplo, ha sido objeto de investigaciones por parte de Estados Unidos por presunto dumping y violaciones de propiedad intelectual. La imposición de un arancel del 46% a las exportaciones vietnamitas a Estados Unidos ilustra la contradicción en la estrategia estadounidense: buscar la independencia de China mientras se penaliza a los países que se convierten en sus sustitutos naturales.

La presencia de la manufactura estadounidense en China no ha desaparecido por completo. Muchas empresas han optado por mantener sus operaciones en China, redirigiendo su producción hacia mercados asiáticos o europeos para evitar los aranceles estadounidenses. Otras han implementado la estrategia "China +1", manteniendo parte de su producción en China y estableciendo fábricas alternativas en Vietnam, México o India para crear cadenas de suministro más resilientes a las tensiones geopolíticas.

Ante este panorama, la OMC se ha limitado a emitir comunicados y advertencias, incapaz de actuar de manera efectiva. Su estructura rígida, el sistema de consensos y la falta de voluntad política de sus miembros la han convertido en una espectadora impotente. Sin un sistema de resolución de disputas funcional, las normas internacionales pierden su fuerza y se convierten en letra muerta.

En este contexto de debilitamiento del multilateralismo, los países se inclinan hacia la formación de bloques comerciales, acuerdos bilaterales y nacionalismo comercial, donde las reglas se negocian entre pares y se imponen por poder, no por legalidad. Las empresas exportadoras e importadoras, así como los gobiernos, deberán navegar en un sistema más incierto, volátil y politizado. La OMC, si no se reforma pronto y se le otorga la autoridad para regular a las potencias comerciales, quedará relegada a un papel simbólico, lejos de su propósito original de garante del comercio global.

Fuente: El Heraldo de México