
10 de abril de 2025 a las 09:30
Encuentra la paz interior en tiempos de incertidumbre.
En un mundo inmerso en la vorágine de la información y la inmediatez, donde las opiniones se disparan como flechas incendiarias y la polarización se erige como norma, la filosofía antigua nos susurra una lección crucial: la necesidad imperiosa de cultivar la epojé, la suspensión del juicio. No se trata de una abdicación de la razón, sino de un ejercicio de templanza intelectual, una pausa reflexiva que nos permite desprendernos de los prejuicios y las pasiones que nublan nuestro entendimiento. Como bien apuntaban Demócrito y Platón, los intereses y las emociones desbocadas son enemigos del discernimiento, distorsionando nuestra percepción de la realidad y dificultando la búsqueda de soluciones justas y equilibradas.
La epojé, ese "poner entre paréntesis" la realidad, nos invita a observar el mundo con una mirada limpia, libre de los filtros deformantes de nuestras preconcepciones. No es sinónimo de indiferencia o apatía, sino de una actitud inquisitiva, un afán por comprender la complejidad de los fenómenos sin dejarnos arrastrar por la corriente de las opiniones preconcebidas. Es el sképtomai de Pirrón de Elis, ese "mirar, observar, examinar, investigar" que nos impulsa a cuestionar, a indagar, a buscar la verdad más allá de las apariencias.
De esta suspensión del juicio emerge la ataraxia, la imperturbabilidad del alma, la serenidad que nos permite navegar por las turbulencias de la vida sin dejarnos arrastrar por la marea de las emociones. Es la capacidad de aceptar lo que no podemos controlar y de enfocar nuestras energías en aquello que sí depende de nosotros, en armonía con la razón, con el lógos, ese principio ordenador del cosmos. Tal como Segismundo, el protagonista de "La vida es sueño", nos recuerda con sabiduría, la fortuna no se vence con injusticia y venganza, sino con prudencia y templanza.
En el ámbito político, la epojé se revela como un antídoto contra el solipsismo autoritario, esa peligrosa tendencia a creer que nuestra propia perspectiva es la única válida. El ejercicio del poder, en una sociedad democrática, exige la capacidad de escuchar al otro, de considerar las diferentes opiniones, de construir consensos. La arrogancia del yo único, ciego a la realidad ajena, es el germen de la tiranía, un poder que, aunque legítimo en su origen, puede volverse injusto y opresor en su ejercicio. La concentración excesiva de poder, la usurpación de las facultades de los otros poderes del Estado, la invasión de las competencias de las entidades federativas y los municipios, son síntomas alarmantes de una deriva autoritaria que socava los cimientos de la democracia.
Por ello, es crucial fortalecer nuestras instituciones democráticas cultivando la epojé, la ataraxia y el sképsis. La suspensión del juicio nos permite abordar los conflictos con serenidad y objetividad, buscando soluciones justas y equitativas. La imperturbabilidad del alma nos fortalece ante las presiones y las tentaciones del poder. Y el compromiso con la investigación nos impulsa a buscar la verdad, a cuestionar las narrativas dominantes, a construir una sociedad más informada y consciente. Solo así podremos perfeccionar nuestra democracia y asegurar un futuro de justicia y libertad para todos.
Fuente: El Heraldo de México