
10 de abril de 2025 a las 09:25
Andrés: Dignidad y amor contra el poder.
Veinte años han transcurrido desde aquel oscuro episodio que intentó truncar el camino de un hombre y, con él, el destino de una nación. El desafuero de Andrés Manuel López Obrador no fue un simple tecnicismo jurídico, sino una afrenta a la democracia, una puñalada trapera orquestada por aquellos que temblaban ante la posibilidad de un México diferente, un México para todos. Recordemos el contexto: un país sumido en la desigualdad, en el olvido de las mayorías, gobernado por una élite que se repartía el botín a espaldas del pueblo. En ese escenario, surgió la figura de López Obrador, un líder que hablaba con la voz de los desposeídos, que encarnaba la esperanza de un cambio profundo. Y como siempre sucede cuando el poder se siente amenazado, la maquinaria del sistema se puso en marcha para silenciarlo.
El pretexto, una nimiedad jurídica magnificada hasta el absurdo. La verdadera razón, el pánico que generaba la creciente popularidad de AMLO, su inquebrantable compromiso con los más necesitados. Aquel 7 de abril de 2005, la Cámara de Diputados se convirtió en el escenario de una farsa. Pero lo que pretendía ser una estocada mortal se transformó en un acto de resistencia. El discurso de López Obrador resonó en cada rincón del país, no como una súplica, sino como un rugido. Sus palabras, cargadas de convicción y dignidad, desnudaron la podredumbre del sistema y sembraron la semilla de la transformación que hoy cosechamos.
El desafuero, lejos de debilitarlo, lo fortaleció. Se convirtió en un símbolo de la lucha contra la injusticia, en un catalizador que unió a millones en torno a un proyecto de nación. Aquellos que lo subestimaron, que creyeron poder doblegarlo con artimañas legales y campañas de difamación, no comprendieron la fuerza de un líder que se nutre del apoyo del pueblo. Dos fraudes electorales posteriores solo confirmaron la desesperación de la clase política por contener el avance inexorable de la transformación.
Hoy, a dos décadas de distancia, los artífices de aquel atropello se han desvanecido en el olvido, mientras que López Obrador, el hombre que intentaron silenciar, ha escrito una página dorada en la historia de México. Su legado no se limita a un sexenio, sino que trasciende a la construcción de un nuevo paradigma, un modelo de gobierno que pone en el centro el bienestar del pueblo.
El desafuero, paradójicamente, se convirtió en el preludio del triunfo. Demostró que la verdad, por más que se intente ocultar, siempre encuentra su camino. Que la voz del pueblo, por más que se intente acallar, resuena con más fuerza. Y que la justicia, aunque tarde, siempre llega. Hoy, recordamos aquel episodio no con rencor, sino con la satisfacción de haber sido testigos de la victoria de la esperanza sobre el miedo, de la dignidad sobre la vileza. Un recordatorio de que el pueblo unido, jamás será vencido. Y un homenaje al líder que, a pesar de las adversidades, nunca renunció a sus principios, nunca traicionó la confianza de quienes creyeron en él.
Fuente: El Heraldo de México