
8 de abril de 2025 a las 06:20
La huella imborrable de María Félix en la CDMX
La Doña, María Félix, un nombre que resuena con la fuerza de un huracán en la historia del cine mexicano. Su figura, imponente y elegante, trascendió la pantalla grande para convertirse en un ícono cultural, una leyenda viviente. Aunque sus raíces se hundían en la tierra árida de Sonora, fue la Ciudad de México, la vibrante capital, la que se convirtió en el escenario de muchos de los capítulos más importantes de su vida, un lienzo urbano sobre el cual se pintó la historia de una estrella.
Mucho antes del brillo de los reflectores y las alfombras rojas, una joven María Félix, con apenas 17 años, llegó a la ciudad con el corazón lleno de sueños e ilusiones. Su matrimonio con Enrique Álvarez Alatorre, padre de su único hijo, Enrique Álvarez Félix, marcó el inicio de su vida en la capital. Años más tarde, tras la disolución de su matrimonio, María regresó a la ciudad, esta vez con su hijo a su lado, dispuesta a labrar su propio destino. Poco podía imaginar entonces que el azar, ese caprichoso director de escena, le tenía preparada una entrada triunfal al mundo del cine.
Imaginen la escena: la calle de Palma, en el corazón del Centro Histórico, un crisol de aromas, sonidos y personajes. María, con su porte innato y una belleza que desarmaba, se detiene ante el escaparate de una tienda de antigüedades. Entre objetos antiguos y curiosidades, su mirada se pierde en un reflejo del pasado. Es entonces cuando el destino llama a su puerta en la forma de Fernando Palacios, un ingeniero con alma de cineasta. Cautivado por la presencia de María, Palacios le ofrece la oportunidad de brillar en la pantalla grande. Un encuentro fortuito, un cruce de miradas, una pregunta que cambiaría para siempre el rumbo de su vida. Tres años después, María Félix debutaba como protagonista en "El Peñón de las Ánimas", compartiendo escena con el charro cantor, Jorge Negrete, quien más tarde se convertiría en su esposo.
La historia de amor entre María Félix y Jorge Negrete fue un torbellino de pasión y drama, una telenovela en la vida real que cautivó a todo México. Su boda, celebrada en la Finca Catipoato, en la alcaldía de Tlalpan, fue un evento social de gran magnitud. Entre los 500 invitados, figuras de la talla de Frida Kahlo y Diego Rivera fueron testigos del enlace. La casona, ubicada en el cruce de las calles Allende y Matamoros, se vistió de gala para recibir a la pareja del momento. El ambiente festivo, la música, el murmullo de la gente… todo contribuyó a crear una atmósfera mágica, un recuerdo imborrable en la memoria colectiva.
El lujo y la sofisticación siempre acompañaron a La Doña. En Polanco, uno de los barrios más exclusivos de la ciudad, se erigía su majestuosa residencia. Una mansión de 400 metros cuadrados, ubicada en el número 610 de la calle de Hegel, fue el hogar que compartió con el empresario francés Alexander Berger, su tercer esposo. Los interiores, decorados con obras de arte y antigüedades, reflejaban el exquisito gusto de María. Un oasis de tranquilidad en medio del bullicio de la ciudad, un espacio donde la diva encontraba refugio y se rodeaba de belleza. Lamentablemente, este pedazo de historia fue demolido en 2014, dejando tras de sí un vacío en el paisaje urbano y en el corazón de quienes admiraban a La Doña.
Pero María Félix no solo se movía en los círculos de la alta sociedad. Su espíritu curioso y su amor por las antigüedades la llevaban a recorrer los rincones más populares de la ciudad. Una fotografía captada por Rodrigo Moya la muestra en el tianguis de La Lagunilla, mezclada entre la multitud, observando con atención los objetos expuestos en un puesto. Acompañada por su hijo, Enrique Álvarez Félix, y su modisto, Ramón Valdiosera, María se muestra como una mujer sencilla, disfrutando de la vida cotidiana, lejos del glamour de los sets cinematográficos. La imagen es un testimonio de su autenticidad, de su conexión con la gente, de su fascinación por el pasado.
La Ciudad de México fue, sin duda, un personaje más en la vida de María Félix. Sus calles, sus rincones, sus habitantes, fueron testigos de su transformación de joven soñadora a leyenda del cine. La capital, a su vez, se enriqueció con la presencia de La Doña, una mujer que dejó una huella imborrable en la cultura mexicana.
Fuente: El Heraldo de México