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8 de abril de 2025 a las 09:35

Domina tus brazos: Guía definitiva

Imaginen a nuestros ancestros, figuras correosas y ágiles, persiguiendo a sus presas bajo el sol implacable. No contaban con las sofisticadas herramientas de caza que conocemos hoy, sino con su propia resistencia, su tenacidad y una capacidad de correr que esculpió su propia anatomía. Millones de años de evolución nos han moldeado, transformando la longitud de nuestros brazos y piernas para convertirnos en los corredores que somos hoy. Un estudio de la Universidad de Colorado, publicado en el Journal of Experimental Biology en 2019, desvela este fascinante viaje evolutivo. Comparando las proporciones corporales del Australopithecus y el Homo habilis con las del Homo erectus, se observa una clara transición: brazos más largos en relación a las piernas en los primeros, y una inversión de esta proporción en el Homo erectus, nuestro pariente más cercano. Este cambio, según los científicos, coincide con el desarrollo de la carrera de resistencia como un comportamiento crucial para la supervivencia.

Piensen en ello: brazos más cortos, un centro de gravedad más equilibrado, una zancada más eficiente. La imagen del Homo erectus recorriendo las vastas llanuras prehistóricas se vuelve nítida, una figura perfectamente adaptada a su entorno. Los brazos, lejos de ser un lastre, se convierten en un instrumento que impulsa el movimiento, un péndulo que marca el ritmo de la carrera. Y no solo eso: la forma en que movemos los brazos influye directamente en nuestra eficiencia al correr. Otro estudio, también publicado en el Journal of Experimental Biology, pero en 2014, revela que los brazos, aunque representan solo el 10% de nuestro peso corporal, juegan un papel fundamental en la "economía de carrera". Un movimiento armónico y coordinado reduce el gasto energético, optimiza el rendimiento y, en última instancia, nos permite correr más rápido y durante más tiempo.

Para ilustrar este punto, los investigadores llevaron a cabo un experimento con corredores. Divididos en grupos, se les pidió que corrieran en diferentes condiciones: con los brazos sujetos a la espalda, al pecho, a la cabeza, y finalmente, con un movimiento natural. Los resultados fueron contundentes: el balanceo natural de los brazos resultó ser la forma más eficiente, minimizando el consumo de oxígeno y la producción de dióxido de carbono.

Entonces, ¿cuál es la técnica correcta? No se trata de un complejo ritual, sino de una serie de principios básicos, a menudo olvidados. La clave está en la naturalidad, en permitir que los brazos se muevan con fluidez, como una extensión de nuestro cuerpo. Flexiona los codos a 90 grados, mantén las manos relajadas, evita apretar los puños y no levantes los hombros. Imagina que tus brazos son péndulos, oscilando rítmicamente de adelante hacia atrás, impulsándote hacia adelante. Al dar cada paso, empuja los codos hacia atrás, evitando cruzarlos por delante del cuerpo. Este movimiento expande la caja torácica, facilita la respiración y armoniza la carrera.

Cada corredor es único, con su propio estilo y ritmo. Prestar atención a nuestra técnica, pulirla y perfeccionarla es una inversión que se traduce en una mayor eficiencia, un menor riesgo de lesiones y, en definitiva, una experiencia de carrera más placentera. Correr, una actividad tan ancestral como la humanidad misma, sigue siendo una fuente de bienestar y una conexión con nuestras raíces más profundas.

Fuente: El Heraldo de México