
8 de abril de 2025 a las 12:40
Descubre la magia de México
La historia de México se teje con hilos de rebeldía y creación, con voces que se alzan incluso ante el silencio impuesto. Al igual que Teresa de Ávila, Juana Inés de la Cruz encontró en el convento un refugio aparente, una escapatoria a las ataduras matrimoniales. Pero incluso tras esos muros, su brillantez intelectual desató la ira de una sociedad que no toleraba la inteligencia femenina. "¿Tenía cerebro de hombre esta cabeza de mujer?", se preguntaban, escandalizados por su caligrafía firme, por su afán de conocimiento que trascendía las "filosofías de cocina". Ironizando, Juana respondía a las críticas, pero la sombra de la Inquisición, la misma que acechó a Teresa, se cernía sobre ella. La Iglesia, su Iglesia, la persiguió por atreverse a celebrar lo humano con la misma intensidad que lo divino, por su espíritu inquisitivo, por sus preguntas incómodas. Con sangre, no con tinta, Juana firmó su arrepentimiento, un silencio forzado que la acompañó hasta la muerte.
Pero el espíritu indomable de estas mujeres resonaba en las calles, en las plazas, en las hojas volantes que relataban sucesos fantásticos y tragedias cotidianas. José Guadalupe Posada, con su mano mágica, daba vida a esas historias. Sus grabados, impresos en papel de estraza, capturaban la esencia de México: los cuchillos afilados de los valientes, las lenguas viperinas de las comadres, el Diablo danzando en las llamas, la Muerte burlona, el pulque derramado en los bigotes. Desde el descarrilamiento del tren de Temamatla hasta la aparición de la Virgen de Guadalupe, Posada inmortalizaba cada acontecimiento, cada leyenda, cada tragedia. Su taller, un caos creativo, era el epicentro de una narrativa visual que llegaba a todos los rincones del país. Los profesores de la Academia de Bellas Artes, ciegos a la genialidad popular, pasaban frente a su taller sin siquiera un saludo.
Mientras tanto, Diego Rivera, con la fuerza de un volcán en erupción, plasmaba en murales gigantescos la epopeya del pueblo mexicano. Felipe Carrillo Puerto, con un balazo en el pecho pero con la mirada desafiante, Emiliano Zapata liderando la revuelta, el pueblo unido en el trabajo, la guerra y la fiesta: todo cobraba vida bajo los pinceles de Diego. De regreso de Europa, donde se había hastiado de las vanguardias, Diego encontró en México la inspiración que lo incendió. Entre pincelada y pincelada, Diego tejía un universo de mentiras colosales, tan grandes como su propia figura y su apetito insaciable por la vida y las mujeres.
En ese torbellino de arte y revolución, Tina Modotti enfrentaba a sus inquisidores flanqueada por Diego y Frida Kahlo, su gran amiga. Frida, una princesa oriental con un vocabulario florido y una afición desmedida al tequila, reía a carcajadas y pintaba lienzos espléndidos a pesar del dolor que la consumía. Un accidente la había atravesado como una lanza, dejándola marcada para siempre. Desde entonces, su vida era una lucha constante contra el sufrimiento, una batalla que plasmaba en sus autorretratos, desesperados homenajes a la vida que se le escapaba.
Y en medio de ese panorama, José Revueltas, con su espíritu incansable, desafiaba al poder. Denunciaba la masacre de Tlatelolco, la muerte de trescientos estudiantes a manos de un gobierno que odiaba todo lo que palpitaba, crecía y cambiaba. "Los señores del gobierno están muertos. Por eso nos matan", proclamaba. Revueltas, un revolucionario incorregible, vivía entre la cárcel y la calle, odiado por los policías, por los dogmáticos, incluso por algunos de sus camaradas. Su ángel de la guardia, encargado de protegerlo de las tentaciones, había terminado empeñando sus alas para financiar sus juergas.
Así, entre la rebeldía de Juana Inés, la magia de Posada, la fuerza de Diego, la resiliencia de Frida y la valentía de Revueltas, se construía la historia de un México vibrante, un país que se negaba a ser silenciado.
Fuente: El Heraldo de México