
8 de abril de 2025 a las 09:40
¡Buenas nuevas te esperan!
La búsqueda de "buenas noticias" en medio de la tormenta económica generada por las políticas comerciales de Estados Unidos se asemeja a una tragicomedia. Nos encontramos en la incómoda posición del perrito del meme, rodeados de llamas, insistiendo en que "todo está bien" mientras el fuego lame los cimientos de la economía global. Es comprensible la necesidad de aferrarse a un rayo de esperanza en tiempos de incertidumbre, pero este optimismo forzado roza lo absurdo y, francamente, da un poco de risa nerviosa.
Se argumenta que los aranceles impuestos a México, al ser sectoriales y no nacionales como los aplicados a otros países, representan una ventaja competitiva. Se comparan porcentajes y se concluye que "no nos fue tan mal". Este análisis, sin embargo, peca de miope. Se centra en la magnitud del impacto inmediato y olvida el veneno más corrosivo: la incertidumbre sistémica.
Imaginen un juego de ajedrez donde las reglas cambian arbitrariamente a mitad de la partida. Un día el alfil se mueve en diagonal, al siguiente en línea recta. La estrategia se vuelve irrelevante, la planificación un sinsentido. Así es el comercio internacional bajo la administración actual de Estados Unidos. La imprevisibilidad de las decisiones, basadas en el humor volátil de la Casa Blanca, erosiona la confianza y desestabiliza el sistema. Hoy son aranceles al acero, mañana al aluminio, pasado mañana… ¿quién sabe?
Mientras el resto del mundo se adapta a esta nueva realidad, reorganizando sus estrategias comerciales y buscando alternativas, México parece apostar todo a un tratado de libre comercio con un país cuyo líder construyó su campaña sobre la promesa del proteccionismo. Es como aferrarse a un salvavidas en medio de un tsunami, un salvavidas que, además, está lleno de agujeros.
Celebrar que "podría ser peor" ante las amenazas constantes de aranceles, deportaciones e intervención, es no solo ingenuo, sino peligroso. Minimiza la gravedad de la situación y nos ciega ante la necesidad de buscar soluciones reales. No podemos permitirnos el lujo de la autocomplacencia, de la resignación pasiva.
Necesitamos un análisis más profundo, una visión estratégica que vaya más allá de la comparación de porcentajes. Debemos evaluar el impacto a largo plazo de la incertidumbre, diversificar nuestras relaciones comerciales y fortalecer nuestra economía interna. El optimismo no se construye negando la realidad, sino enfrentándola con inteligencia y determinación.
En lugar de buscar "buenas noticias" donde no las hay, deberíamos concentrar nuestros esfuerzos en construir un futuro más sólido y menos dependiente de los vaivenes de la política exterior. La verdadera buena noticia sería un México capaz de navegar las turbulentas aguas del comercio internacional con autonomía y resiliencia. Ese es el objetivo al que debemos aspirar, y no a la falsa tranquilidad del perrito en llamas.
Fuente: El Heraldo de México