
8 de abril de 2025 a las 12:40
Arriesgarlo todo
El fútbol, un deporte que mueve masas, despierta pasiones y, a veces, nos regala lecciones inesperadas de humanidad. Desde la niñez, muchos soñamos con emular a nuestros ídolos, con gambetear rivales y marcar goles imposibles. Pero la realidad, a menudo, nos devuelve a la tierra y nos recuerda que el talento no se reparte de forma equitativa. Como en mi caso, que de niño soñaba con ser un astro del balón, pero al despertar descubría que mi destino estaba en otro lugar, quizás en el de narrar historias, como la de Omar Devanni.
Devanni, goleador nato, un día se enfrentó a un dilema moral en un estadio abarrotado. Un penal inexistente, pitado en el último minuto de un clásico, le daba la oportunidad de alcanzar la gloria, aunque fuera de forma injusta. Pero Devanni, con una serenidad admirable, decidió patear la pelota lejos del arco, renunciando al triunfo, pero ganando algo mucho más valioso: la dignidad. Años después, avergonzado casi, minimizaría su acto de coraje, como si se disculpara por haber sido tan íntegro. Una paradoja que nos revela la complejidad del ser humano, capaz de las acciones más nobles y, a la vez, de la más profunda contradicción.
Y hablando de romper barreras, recordemos a Léa Campos, la primera mujer árbitro en campos de fútbol profesionales. Su valentía desafió el monopolio masculino en un mundo tradicionalmente machista. Los silbidos y las críticas no la detuvieron, demostrando que la perseverancia y la pasión pueden derribar cualquier prejuicio. Su figura se convirtió en un símbolo de la lucha por la igualdad en el deporte, un recordatorio de que el talento no tiene género.
Pero el fútbol no solo nos habla de individuos excepcionales, también nos muestra la capacidad del deporte para unir a las personas, incluso en las circunstancias más adversas. La historia del partido de fútbol entre soldados británicos y alemanes en plena Navidad de 1915, en medio de la Primera Guerra Mundial, es un ejemplo conmovedor. Por un breve instante, la pelota reemplazó a las armas, y los enemigos se convirtieron en compañeros de juego. Una tregua fugaz, pero suficiente para recordarnos que la humanidad compartida puede trascender las barreras del odio y la guerra.
Sin embargo, el fútbol también ha sido utilizado como herramienta de propaganda política. Las dictaduras de Mussolini, Hitler, los militares brasileños y argentinos, todos intentaron apropiarse de la gloria deportiva para legitimar sus regímenes. Pero la pasión popular, a veces, encuentra la forma de expresarse, incluso en contextos represivos. Como en Uruguay, durante el Mundialito de 1980, cuando la multitud desafió el silencio impuesto por la dictadura y coreó su anhelo de libertad. Un recordatorio de que el deporte, aunque manipulado, puede convertirse en un espacio de resistencia y de expresión popular.
En definitiva, el fútbol, como la vida misma, es un caleidoscopio de emociones, de contradicciones y de momentos de inesperada belleza. Nos muestra la grandeza y la miseria del ser humano, su capacidad para el bien y para el mal. Nos invita a reflexionar sobre la importancia de la ética, la justicia y la lucha por un mundo más igualitario. Y, por qué no, a soñar con un futuro donde el deporte sea siempre un puente de encuentro y nunca un instrumento de división. Como decía, intento aprender a volar en la oscuridad, como los murciélagos, buscando la luz en estos tiempos sombríos, y el fútbol, con sus luces y sus sombras, me ofrece un fascinante campo de exploración.
Fuente: El Heraldo de México