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7 de abril de 2025 a las 14:05

Encuentra tu paz interior

La anécdota de la carretera mojada, el claxon incesante y las luces altas destellando en el retrovisor, me hizo reflexionar sobre la omnipresencia de la ira ajena en nuestras vidas. ¿Quién no ha experimentado esa sensación de invasión, de ser el blanco involuntario de una furia que no nos pertenece? Es como una mancha de aceite que se extiende, amenazando con contaminar nuestra propia tranquilidad. En mi caso, la voz de George Orwell, narrando las intrigas y la corrupción en "Rebelión en la Granja", se mezcló con el ruido estridente del claxon, creando una extraña sinfonía de la irracionalidad humana. La imagen de los cerdos, cegados por el poder y la ambición, se superpuso a la del conductor furioso, convirtiéndose en una metáfora de cómo la necesidad de control puede transformarse en una herramienta de agresión.

Es fascinante, y a la vez perturbador, cómo una situación tan cotidiana puede desencadenar una cascada de pensamientos. En ese instante, encerrada en mi coche, con mi hijo durmiendo plácidamente ajeno al drama que se desarrollaba a nuestro alrededor, comprendí la importancia de proteger nuestro espacio emocional. La ira del otro conductor, como un virus invisible, intentaba infiltrarse en mi calma, pero yo tenía una vacuna: la consciencia. Recordé el mensaje de mi hermana Ruth, un recordatorio oportuno de que no debemos engancharnos con las emociones negativas de los demás. Su consejo, tan simple como profundo, se convirtió en mi escudo protector.

Me pregunté por las raíces de esa furia desbordada. ¿Qué demonios atormentaba a ese hombre? ¿Qué batallas internas lo empujaban a descargar su frustración sobre una desconocida en una carretera mojada? Quizás, como los personajes de Orwell, estaba atrapado en una lucha por el poder, una lucha que se libraba no en una granja, sino en el asfalto, con el claxon como arma y la velocidad como objetivo. O tal vez, simplemente, era un alma perdida, ahogándose en un mar de frustraciones cotidianas. Sea cual sea la razón, su ira no era mía. Y esa comprensión, esa delimitación clara entre su mundo emocional y el mío, fue la clave para mantener la serenidad.

No se trata de justificar la agresividad, sino de entender que a menudo es el síntoma de un malestar más profundo. No podemos controlar las acciones de los demás, pero sí podemos elegir cómo respondemos a ellas. En ese momento, mi responsabilidad era proteger mi paz y la de mi hijo. Y eso significaba resistir la tentación de responder con la misma moneda.

Dejarlo pasar, aunque cada fibra de mi ser gritara en protesta, fue un acto de autocuidado. Un pequeño triunfo en la batalla diaria contra el caos emocional que nos rodea. Al alejarse con su claxon atronador, el conductor se llevó su furia, dejándome con una valiosa lección: la importancia de cultivar la serenidad en un mundo cada vez más ruidoso y agresivo. Porque, al final, la verdadera libertad reside en la capacidad de elegir nuestras propias emociones, de no dejarnos arrastrar por la corriente de la ira ajena. ¿Y tú, querido lector, qué te roba la paz? ¿Cómo proteges tu serenidad en el torbellino del día a día?

Por Mónica Salmón

@MONICASALMON_

EEZ

Fuente: El Heraldo de México